¿Te has parado a pensar en la cantidad de experiencias que has acumulado a lo largo de tu vida? Me refiero a la infinidad de cosas que te han pasado, desde los hechos más significativos a los más insignificantes.
El simple acto de tomar algo con alguien puede convertirse en una fuente inmensa de aprendizajes si prestamos suficiente atención. Comprensión sobre los demás, uno mismo, la sociedad, el sentido de la vida…
Pero pocas veces reservamos un tiempo y un espacio para recordar y profundizar en las cosas que nos suceden. Más bien pasamos de unas experiencias a otras de forma irreflexiva, experimentando estados emocionales casi sin darnos cuenta, actuando sin pensar la mayor parte del tiempo.
Si te fijas, hoy en día hay una gran necesidad de hacer cosas, parece que cuantas más mejor, lo que va acompañado muchas veces de esa sensación de no tener tiempo, de no llegar, de insatisfacción, de vacío.
Todo esto está muy ligado a los valores que rigen la sociedad y la economía. Los consumidores tenemos que consumir. Cuanto más lo hacemos mejor van las cosas y si dejamos de hacerlo todo va mal. Así que tenemos que hacer cosas, hay que moverse, hay que comprar… Debemos gastar.
Una sociedad cada vez más acelerada.
La tendencia a la aceleración se puede observar incluso en la velocidad a la hora de hablar. Cada vez lo hacemos más rápido, sin pausas. Basta ver la manera de editar los videos de muchos youtubers. También en la velocidad en la que se suceden las escenas en las películas. El ritmo frenético de nuestra sociedad lo impregna todo.
Es posible que ni te des cuenta de ello y ya lo tengas integrado. Pero ¿qué nos estamos perdiendo al no darnos la oportunidad de hacer pausas en nuestra vida?
Al hablar, por ejemplo las pausas nos permiten respirar, y bueno, ya sabes que es importante para la vida. A la hora de comer, la experiencia no acaba con el acto de tragar, después hace falta digerir. Y si tenemos una mala digestión, por muy sabrosa que fuera la comida, la satisfacción no es completa.
Hacer pausas, respirar y digerir es necesario para disfrutar de la vida, saborear el presente, y poder aprender a fondo sobre lo vivido.
¿Qué valor tiene hacer muchas cosas si después me siento igual o más vacío que antes? No por tener gran cantidad de vivencias voy a aprender más de ellas, para hacerlo necesito poder pausar, recordar, revivir. Contemplar cómo me ha hecho sentir lo vivido. Cómo se relaciona con las otras cosas que ya me han pasado, de qué forma se vincula con mis valores, etc.
Cuando somos capaces de hacer esto podemos llegar a una satisfacción más profunda. La de ir comprendiendo mejor nuestra vida.
Para ello hace falta una cualidad no muy valorada en tiempos de frenesí como los actuales, me refiero a la PACIENCIA. Esta cualidad es la clave para poder convertir las experiencias en sabiduría.
Necesitamos desarrollar la paciencia.

Independientemente de si lo que nos acontece es agradable o desagradable, a través de la paciencia y la autoobservación aprendemos sobre las experiencias.
Imagina el poder de volver a disfrutar de lo bueno y ser capaz de convertir lo “malo” de la vida en fuerza para vivir mejor, esto sí es un superpoder. La paciencia nos abre las puertas a poder desarrollar esa capacidad, la de tener una vida más satisfactoria, sin necesidad de hacer más.
Si lo miras con más detalle cuando nos impacientamos es porque lo que deseamos, lo que imaginamos que necesitamos para estar bien no puede producirse en el momento en que esperábamos. Y encima no podemos hacer nada para que lo que queremos ocurra antes.
Te habrás dado cuenta de que la impaciencia nos hace sentir mal, es capaz de convertir el presente en un infierno sin ninguna necesidad.
Junto a ella aparece el aburrimiento, la impotencia, el miedo, por un lado, por otro la necesidad de distraernos de todos esos sentimientos y emociones.
Hoy en día resulta muy fácil, basta con tener el teléfono a mano para poder distraernos y evitar el mal rato. Pero cultivar esa necesidad de distracción nos lleva precisamente a ser cada vez más impacientes, a necesitar cada vez más estímulos, nos aleja de la pausa, de la respiración, de la digestión de nuestra vida. Alimenta aún más ese círculo vicioso.
Una práctica sencilla para ser más pacientes.
Y ¿cómo podemos aprender a tener más paciencia te estarás preguntando?, pues como todo en la vida es cuestión de práctica. Y para ello hace falta voluntad, así que pongámonoslo fácil.
- En primer lugar, se trata de identificar una situación en la que nos pongamos impacientes. Un buen truco para darnos cuenta es, en el momento en que echamos mano de nuestro móvil, preguntarnos por qué lo hacemos. Si se trata de un intento de distraernos, lo dejamos en su sitio.
- Exhalamos profundamente. Sí, primero exhalar, pero si ya has tomado aire primero, pues sacas el aire más después, se trata de quedarte casi sin aire en los pulmones. Una vez has sacado todo el aire vas a inhalar sin necesidad de hacer nada. (Todo esto puedes hacerlo de forma bastante discreta, no hace falta ponerse azul ni nada). Repetimos el proceso 3 o 4 veces.
- A continuación nos autoobservamos. A ver cómo nos sentimos, qué postura tenemos y en qué estamos pensando.
- Luego dirigimos la atención a nuestro alrededor y observamos cómo es el espacio en el que nos encontramos, quién hay, que hace la gente allí, como si fueras un explorador en un nuevo territorio.
- Y ahora ya puedes distraerte con tu teléfono otra vez.
Habrás dado un pequeño gran paso en la dirección de tener más paciencia, lo que te ayudará en todo lo que vayas a hacer en tu día. A medida que practiques podrás incrementar el tiempo que tardas en lanzarte de nuevo sobre el teléfono. Y serás capaz de darte cuenta de más momentos en los que pierdes la paciencia.
En poco tiempo te verás siendo más paciente en muchas más situaciones de la vida de las que puedes imaginarte.